Érase un viajero, un viajero de la vida, de los que a mí me gustan, que llegó a un lejano país desconocido.
Sus habitantes eran muy peculiares, eran diferentes a todos los que había conocido en sus muchos viajes a lo largo y ancho del mundo:
eran felices.
Las sonrisas brotaban espontaneas en sus caras.
El viajero decidió quedarse por un tiempo en aquel país para aprender el secreto de su felicidad.
Pero, pocos días después de su llegada, pasó al lado del cementerio que estaba cercano al pueblo. Le pareció un lugar tan acogedor y grato, que entró.
Comenzó a leer las leyendas de las piedras y su sonrisa se borró.
Junto al nombre de cada persona se escribía su edad: Juan, vivió 8 años y 10 meses. María, vivió 10 años. Pedro, vivió 5 años, 4 meses y 20 días. Arturo, vivió 15 años, 2 meses, 5 días y 10 horas.
Comenzó a preguntarse cómo podían estar felices los habitantes de aquel país cuando tenían tantos niños y jóvenes fallecidos.
Les dijo que estaba muy triste porque había visto en el cementerio todos los niños que habían muerto.
Les pidió una explicación.Uno de ellos le resolvió su duda. En aquel país, todas las personas, desde que comenzaban a tener uso de razón, iban anotando su tiempo de felicidad: las horas y días que vivían felices de verdad.
Cuando morían,
en su tumba escribían su tiempo de felicidad.
Para ellos, ese había sido realmente su tiempo de vida.
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Adaptación del relato "El Buscador",
incluido en la obra "Historias para reflexionar"
de Jorge Bucay, 1949 - Actualidad,
terapeuta gestáltico, psicodramaturgo y escritor argentino.
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¡¡Feliz Navidad!!