Cuentos
Las Mil y Una Noches
Hace muchísimos años, en las lejanas tierras de
Oriente, hubo un rey llamado Shariar, amado por todos los habitantes de su
reino.
Sucedió sin embargo que un día, habiendo salido de
cacería, regresó a su palacio antes de lo previsto y encontró a su esposa
apasionadamente abrazada con uno de sus jóvenes esclavos. –¡Ay! –sollozó el
rey–. ¡Siento en mi corazón un fuego que quema! –. E inmediatamente ordenó que
su esposa y el esclavo fueran degollados. La muerte de su esposa infiel no
calmó el fuego que inflamaba el corazón del rey Shariar. Su rostro iba perdiendo
el color de la vida y se alimentaba apenas.
Ya lo dijo el poeta:
Amigo: ¡no te fíes de la mujer! ¡Ríete de sus
promesas!
¡No te confíes, amigo! ¡Es inútil!
Y nunca digas: “¡Si me enamoro,
evitaré las locuras de los enamorados!”
¡No lo digas! ¡Sería verdaderamente un prodigio
ver salir a un hombre sano y salvo
de la seducción de las mujeres!
Convocó entonces el rey a su visir y le mandó que
cada día hiciera venir a su palacio a una joven doncella del reino. El rey las
desposaba pero, con las primeras luces del amanecer, recordaba la infidelidad
de su esposa y una nube de tristeza le velaba el rostro. Entonces, hacía
decapitar a las doncellas ardiendo de odio hacia todas las mujeres.
Transcurrieron así los años sin que Shariar
encontrara paz ni reposo mientras, en el reino, todas las familias vivían
sumidas en el horror, huyendo para evitar la muerte de sus hijas. Un día, el
rey mandó al visir que, como de costumbre, le trajese a una joven. El visir,
por más que buscó, no pudo encontrar a ninguna y regresó muy triste a su casa,
con el alma llena de miedo por el furor del rey: – ¡Shariar ordenará esta noche
mi propia muerte! – pensó.
Pero el visir tenía dos hermosas hijas, la mayor
llamada Sherezade y la menor de nombre Doniazada. Sherezade era una joven de
delicadeza exquisita. Contaban en la ciudad que había leído innumerables libros
y conocía las crónicas y las leyendas de los reyes antiguos y las historias de
épocas remotas. Sherezade guardaba en su memoria relatos de poetas, de reyes y
de sabios. Era inteligente, prudente y astuta. Era muy elocuente y daba gusto
oírla. Al ver a su padre, le habló así: –¿Por qué te veo soportando, padre,
tantas aflicciones? –. El visir contó a su hija cuanto había ocurrido desde el
principio al fin. Entonces le dijo Sherezade: –¡Por Alah, padre, cásame con el
rey! ¡Prometo salvar de entre las manos de Shariar a todas las hijas del reino
o morir como el resto de mis hermanas! –. El visir contestó: – ¡Por Alah, hija!
No te expongas nunca a tal peligro–. Pero Sherezade insistió nuevamente en su
ruego.
Entonces el visir, sin replicar nada, hizo que
preparasen el ajuar de su hija y marchó a comunicar la noticia al rey Shariar.
Mientras su padre estaba ausente, Sherezade instruyó de este modo a su hermana
Doniazada: –Te mandaré llamar cuando esté en el palacio y en cuanto llegues y
veas que el rey ha terminado de hablar conmigo, me dirás: “Hermana, cuenta
alguna historia maravillosa que nos haga pasar la noche.” Entonces yo narraré
cuentos que, si Alah quiere, serán la causa de la salvación de las hijas de
este reino.
Regresó poco después el visir y se dirigió con su
hija mayor hacia la morada del rey. El rey se alegró muchísimo al ver la
belleza de Sherezade y preguntó a su padre: –¿Es esta la doncella con quien me
desposaré esta noche? –. Y el visir respondió respetuosamente: – Sí, lo es.
Pero acabada la ceremonia nupcial, cuando el rey
quiso acercarse a la joven, Sherezade se echó a llorar. El rey le dijo: –¿Qué
te pasa? –. Y ella exclamó: –¡Oh rey poderoso, tengo una pequeña hermana, de la
cual quisiera despedirme! –. El rey mandó buscar a la hermana que llegó rápidamente,
se acomodó a los pies del lecho y dijo: –Hermana, cuéntanos una historia que
nos haga pasar la noche–. Sherezade contestó: –De buena gana y con todo
respeto, si es que me lo permite este rey tan generoso, dotado de tan buenas
maneras–. El rey, al oír estas palabras, como no tenía ningún sueño, se prestó
de buen grado a escuchar el relato de Sherezade.
Aquella primera noche, Sherezade empezó a contar
la historia del mercader que, en uno de sus viajes por el desierto, cayó en
manos de un efrit que quería cortarle la cabeza. El mercader, en su afán por
salvar su vida, le contaba al genio maligno tantos relatos maravillosos que
llegó el amanecer sin que Sherezade hubiese concluido la historia. Entonces, la
joven se calló discretamente, sin aprovecharse más del permiso que le había
concedido Shariar. Su hermana Doniazada dijo: –¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces y
sabrosos son tus relatos! –. Sherezade contestó: –Pues nada son comparados con
los que os podría contar la noche próxima, si el rey quiere conservar mi vida–.
El rey dijo para sí: –¡Por Alah! No la mataré hasta que haya oído el final de
su historia–.
Y por primera vez en muchos años durmió un sueño
tranquilo. Al despertar, marchó el rey a presidir su tribunal. Y vio llegar al
visir que llevaba debajo del brazo un sudario para Sherezade, a quien creía
muerta. Pero nada le dijo al rey porque él seguía administrando justicia,
designando a algunos para ciertos empleos, destituyendo a otros, hasta que
acabó el día. El visir regresó a su casa perplejo, en el colmo del asombro, al
saber que su hija había sobrevivido a la noche de bodas con el rey Shariar.
Cuando terminó sus tareas, el rey volvió a su palacio.
Al llegar por fin la segunda noche, Doniazada
pidió a su hermana que concluyera la historia del mercader y el efrit.
Sherezade dijo: –De todo corazón, siempre que este rey tan generoso me lo
permita –. Y el rey, que sentía gran curiosidad acerca del destino del
mercader, ordenó: –Puedes hablar. Sherezade prosiguió su relato y lo hizo con
tanta astucia que, al llegar la mañana, Doniazada y el rey ya estaban
escuchando un nuevo cuento. En el momento en que vio aparecer la luz del día,
Sherezade discretamente dejó de hablar. Entonces su hermana Doniazada dijo:
–¡Ah, hermana mía! ¡Cuán deliciosas son las historias que cuentas! –. Sherezade
contestó: –Nada es comparable con lo que te contaré la noche próxima, si este
rey tan generoso decide que viva aún–. Y el rey se dijo: –¡Por Alah! no la
mataré hasta que le haya oído la continuación de su relato, que es asombroso.
Entonces el rey se entregó al descanso y marchó
más tarde a la sala de justicia. Entraron el visir y los oficiales y se llenó
el lugar de gente. Y el rey juzgó, nombró, destituyó, despachó sus asuntos y
dio órdenes hasta el fin del día. Luego se puso de pie y volvió a su palacio y
a su alcoba. Doniazada dijo: –Hermana mía, te suplico que termines tu relato–.
Y Sherezade contestó: –Con toda la alegría de mi corazón.
Y prosiguió con la historia. Como la noche
anterior, supo interrumpir su narración justo en el momento más interesante, al
llegar el amanecer. El rey, para conocer el desenlace del cuento, decidió
postergar nuevamente la muerte de su esposa. Al llegar el alba de la noche
siguiente, cuando Doniazada manifestó cuán interesante había resultado el nuevo
relato, respondió Sherezade: –Pero es más maravillosa la historia del pescador.
Y el rey preguntó con curiosidad: –¿Qué historia del pescador es esa? –. – La que os contaré la noche próxima, –señaló
Sherezade–, si vivo todavía–. Entonces el rey dijo para sí: –¡Por Alah! No la
mataré sin haber oído la historia del pescador, que debe ser verdaderamente
maravillosa. La misma decisión tomó el rey Shariar al día siguiente y en los
sucesivos días. Sherezade anunciaba nuevas historias, las interrumpía sabiamente
o las entrelazaba de tal modo que el personaje de un cuento contaba un cuento
en el que un personaje contaba un cuento...
Así, una historia llevaba a la otra en una
narración sin fin que iba dejando a la joven un día más de vida, una semana
más, un mes, un año tras otro año…