miércoles, 5 de enero de 2022

El monje y el niño

 Cuentos

Un joven monje vivía en un pueblo de Japón. Era muy famoso y tenía una gran reputación. Todo el pueblo le veneraba y respetaba. En el pueblo se cantaban canciones en su honor. Pero un día todo cambió. Una muchacha del pueblo se quedó embarazada y dió a luz un niño. Cuando su familia le preguntó de quién era su hijo, ella respondió que era el hijo del joven monje.

¿Cuánto tiempo tardan los admiradores en convertirse en enemigos? ¿Cuánto? No tardan ni un instante, porque dentro de la mente de un admirador siempre está escondida la desaprobación. La mente sólo está esperando su oportunidad y el día que acaba la admiración empieza la desaprobación. La gente que se muestra respetuosa puede cambiar y ser irrespetuosa en un segundo. La gente que se postra a los pies de alguien, en cualquier momento puede empezar a cortarle la cabeza a esa misma persona. No hay ninguna diferencia entre el respeto y la falta de respeto, son dos caras de la misma moneda.

La gente del pueblo atacó la cabaña del monje. Le habían estado mostrando respeto durante mucho tiempo, pero ahora afloró la rabia que habían estado reprimiendo. Ahora tenían la oportunidad de ser irrespetuosos, así que fueron corriendo a la cabaña del monje, le prendieron fuego y le echaron encima al niño recién nacido.

El monje preguntó:

- ¿Qué ocurre?

La gente contestó:

- ¿Nos estás preguntando qué ocurre? Este niño es tuyo. ¿Tenemos que decirte lo que pasa? Mira cómo arde tu casa, mira dentro de tu corazón, mira a este niño y mira a esta muchacha. No hace falta que te digamos que este niño es tuyo.

El monje dijo:

- ¿De verdad? ¿Es mío ese niño?

El niño se puso a llorar, así que empezó a cantar una canción para acallar al niño, y la gente le dejó ahí sentado con su cabaña quemada. Entonces, fue a mendigar a la hora acostumbrada, por la tarde, pero, ¿quién le iba a dar comida hoy? En todas las casas le daban un portazo. Una multitud de niños y de gente le seguía molestándole y tirándole piedras. Fue hasta la casa de la chica y dijo:

- Puede que no consiga comida para mí, pero al menos dame un poco de leche para este niño. Quizá tenga yo la culpa, pero, ¿qué culpa puede tener este pobre niño?

El niño estaba llorando, la multitud estaba en la puerta y la chica no pudo aguantar más. Cayó a los pies de su padre y dijo:

-Perdóname, padre. Te mentí cuando te di el nombre de este monje. Quería salvar al verdadero padre del niño, así que se me ocurrió usar el nombre del monje. Ni siquiera le conozco.

El padre se puso nervioso, había sido un gran error. Salió corriendo de la casa, cayó a los pies del monje y le intentó quitar al niño.

El monje preguntó:

- ¿Qué ocurre?

El padre de la chica dijo:

- Perdóname, ha sido un error. Este niño no es tuyo.

El monje contestó:

- ¿De verdad? ¿No es mío el niño?

Entonces la gente del pueblo le dijo:

- ¡Estás loco! ¿Por qué no lo negaste esta mañana?

El monje dijo:

- ¿Habría cambiado algo? El niño es de alguien. Y ya habíais quemado una cabaña. Simplemente, habríais quemado otra más. Ya habíais disfrutado maltratando a una persona y habríais disfrutado maltratando a otra. ¿Habría cambiado algo? El niño debe ser de alguien, también puede ser mío. ¿Qué ocurre? ¿Cambia algo?

La gente dijo:

- ¿No entiendes que todo el mundo te ha desaprobado, insultado y humillado totalmente?

El monje contestó:

- Si me hubiese afectado vuestra desaprobación también me habría afectado vuestro respeto. Hago lo que creo que está bien, vosotros hacéis lo que creéis que está bien. Hasta ayer os parecía bien respetarme y así lo hicisteis. Hoy no os parece bien respetarme y no lo habéis hecho. Pero no me afecta vuestro respeto ni vuestra falta de respeto.

La gente le dijo:

- Oh, honorable monje, al menos podías haber tomado en consideración que ibas a perder tu buena reputación.

Él respondió:

- Yo no soy bueno ni malo. Simplemente, soy yo mismo. He renunciado a la idea de bueno y malo. He renunciado al interés de convertirme en bueno, porque cuanto más intentaba ser bueno, más malo me volvía. Me volví absolutamente indiferente. Y el día que me volví indiferente me di cuenta de que dentro ya no había bondad ni maldad. En su lugar había nacido algo que es mucho mejor que la bondad y que no tiene ni una sombra de maldad.

OSHO

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